Flores oscuras by Sergio Ramírez

Flores oscuras by Sergio Ramírez

autor:Sergio Ramírez [Ramírez, Sergio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T05:00:00+00:00


No me vayan a haber dejado solo

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.

No me vayan a haber dejado solo,

y el único recluso sea yo.

CÉSAR VALLEJO, Trilce, III

A Lisandro, a Marcia

La foto fue tomada alrededor del mes de noviembre de 1950. Lo digo porque mi hermana Marcia, en brazos de mi madre, tiene entonces unos ocho meses, y había nacido el 29 de abril de ese año. Es fácil llevar la cuenta de su edad, pues nació en el medio siglo.

Mi madre aparece de luto porque pocos meses atrás, el 18 de septiembre, había muerto mi abuelo Teófilo Mercado en una cama de hospital que llegó desde Managua, manifestada en el ferrocarril junto con dos pesados tanques de oxígeno que acusaban sarro. Tenía ella entonces treinta y ocho años, y mi padre, que está a su lado, ambos de pie, con un peine de carey sobresaliendo del bolsillo de la camisa blanca, en la suya la mano de Marcia, tenía cuarenta y cuatro. Es una pareja en medio del camino de la vida con cinco hijos, todos los que habrían de ser.

Delante de ellos hay un sofá de mimbre en el que estamos sentados los otros cuatro hermanos, de izquierda a derecha Rogelio, Lisandro, Luisa y yo. Por orden de edad la cuenta es: Luisa, diez años cumplidos en abril; Sergio, ocho años cumplidos en agosto; Lisandro, cinco años cumplidos en mayo; Rogelio, dos años cumplidos en julio. Lo más notable de los niños del sofá son los zapatos, gastados, sin lustre, zapatos de correrías, los golletes de los calcetines flojos.

Luisa, que está al centro, morena y delgada, mira con tristeza a la cámara, una tristeza de inocentes pensamientos abismados. Lleva el pelo partido por una raya a la mitad, y se nota húmedo, recién salida del baño. Rogelio, en el extremo izquierdo, la mano sobre el brazo del sofá, arruga los ojos ofendido por el sol. Ese año le cortaron los bucles de la cabellera que le caía sobre los hombros. El barbero, que siempre viste de blanco incluyendo los zapatos, trajo los instrumentos en su valijín de madera para cumplir con el encargo de mi padre; primero usó las tijeras y luego una maquinilla manual, todo al son de una marimba y en presencia de los invitados, niños y adultos, a los que se repartió refrescos y licores, mientras los bucles iban quedando regados a merced del viento en el piso del corredor. Así era mi padre, de todo hacía una fiesta.

Lisandro, sentado entre Luisa y Rogelio, se retuerce incómodo en el sofá, como si no cupiera en el espacio que le ha tocado, tímido frente a la cámara. ¿Quién asignó los lugares? ¿El fotógrafo, mi padre, o es que nos sentamos cada uno a como mejor quiso? Lisandro es el que se fue a México, y nunca volvió. El único que ríe, sentado a la derecha del sofá, muy pegado a mi hermana Luisa, soy yo, y al contrario de los demás, que lucen apretados, parezco a mis anchas.



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